En las postrimerías de noviembre de 1937, Herbert Gerigk está muy enfadado. El famoso musicólogo nazi es uno de los funcionarios más motivados de la Cámara de Música, una de las principales secciones de la Cámara de Cultura del Reich, que Adolf Hitler había creado cuatro años antes como agencia del Ministerio de Propaganda a petición del propio Joseph Goebbels.
El Ministerio de Propaganda censuró la imagen del músico en los calendarios
En las postrimerías de noviembre de 1937, Herbert Gerigk está muy enfadado. El famoso musicólogo nazi es uno de los funcionarios más motivados de la Cámara de Música, una de las principales secciones de la Cámara de Cultura del Reich, que Adolf Hitler había creado cuatro años antes como agencia del Ministerio de Propaganda a petición del propio Joseph Goebbels.
Los empleados de la Reichsmusikkammer asisten a conciertos y leen publicaciones musicales, y pasan las observaciones a Gerigk, que determina si artistas y arte se adecuan la ideología nacionalsocialista. Nada escapa al control meticuloso de este entusiasta de la censura, convencido de que su falta de progreso personal se debe a la competencia judía.
“El violoncelista, aunque no sea judío, es uno de los enemigos más acérrimos de la nueva Alemania”
Pau Casals no se adecuaba a los postulados nazis. En 1933 el director de orquesta Wilhelm Furtwängler lo había invitado a tocar con la Filarmónica de Berlín la temporada siguiente. El catalán, sin embargo, declinó por la llegada al poder de Adolf Hitler como canciller a principios de año. Se había negado a tocar en Alemania mientras “su vida musical no sea libre”. Los nazis, antes de que se convirtiera en símbolo internacional de la paz, ya lo consideraban un enemigo de primer orden. Así lo constata un informe de Gerigk para la Reichsmusikkammer que La Vanguardia ha localizado entre la documentación que Estados Unidos requisó al ministerio del Reich por los territorios ocupados del Este en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y se guarda en los Archivos Nacionales Americanos ( NARA) en Washington.
Al violoncelista, los nazis no lo quieren ver ni en pintura. De manera literal. Lo más banal puede ser una amenaza para el régimen de Hitler. Incluso su aparición en un calendario del mundo musical para el año 1938. Por ello a Gerigk le repugna lo que ahora tiene delante. “La selección de las imágenes no muestra una línea coherente en el sentido de nuestra visión del mundo”, escribe. Al musicólogo se le hace incomprensible que la editorial Spemann esté tan poco acertada.
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Hace décadas que la editorial produce sus famosos calendarios de temática diversa. Los hay dedicados a los Alpes, con imágenes de paisajes, deportes, excursiones, escaladas y trajes tradicionales; sobre la naturaleza, con láminas de animales, cuevas, bosques; artísticos, con obras de pintura y arquitectura; sobre paisajes alemanes, con ciudades, castillos, ríos y cumbres. Esa misma semana se anuncian a la prensa como “un regalo perfecto para cualquier hogar”.
Pero no el de música. A Gerigk no lo convence una imagen de los chicos del coro de la iglesia parisina Saint-Germain-l’ Auxerrois donde aparecen cruces de madera. La reproducción en página completa de Margret Pfahl también le parece “una i ronización consciente de nuestra política cultural”. La cantante se casó con varios judíos, anota el musicólogo. Y él, con el apoyo del partido nazi, prepara La enciclopedia de los judíos en la música, una obra antisemita, que publicará en un par de años y servirá para difamar y eliminar a los artistas judíos. Será un auténtico best seller.
La soprano alemana Adela Kern resulta para Gerigk demasiado frívola. “No puede ser considerada representativa del tipo de artista que corresponde a nuestro concepto”. Pronto ella también huirá a Estados Unidos. El airado musicólogo carga contra todo el mundo. “En general, el calendario incluye artistas tan poco conocidos que la publicación de sus imágenes resulta incomprensible”. La también soprano Elisabeth Rethberg “hace muchos años que solo trabaja en el extranjero”. Tampoco puede aparecer.
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Pero, sobre todo, aquello que irrita al nazi es la inclusión — por algún verdadero amante de la música, un burlón o un ignorante— de Pau Casals. “El violoncelista español representado en el calendario, aunque no sea judío, es uno de los enemigos más acérrimos de la nueva Alemania”, sentencia el musicólogo. “Basándose en estas observaciones, el calendario tiene que ser considerado completamente negativo”.
Acabada la Guerra Civil española, Casals se exilió en Prada de Conflent, en la vertiente norte de los Pirineos. Se ha dicho en alguna ocasión que, al margen de vigilarlo, oficiales alemanes lo habrían ido a buscar para proponerle tocar para Hitler. Pero que el violoncelista se negó alegando reumatismo. Hasta los autores Yolanda García y Juan Carlos Rubio recrearon el episodio hace dos años en la obra de teatro Música para Hitler. Caso de ser así, tal como demuestra la documentación aportada por este diario, los oficiales iban muy despistados porque el catalán no les quería ver y las altas esferas nazis eran muy conscientes de ello.
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