En 1982 la infoelectrónica aplicada al automóvil era todavía una excentricidad. Más allá de algún testigo luminoso o del equipo de sonido, la industria seguía apostando por la economía y la fiabilidad de lo analógico como medio para interactuar con el conductor.
El prototipo se presentó en el Salón del Automóvil de Turín de 1982 y desde el primer momento captó la atención por su forma aerodinámica, su enfoque futurista y su sorprendente funcionalidad
En 1982 la infoelectrónica aplicada al automóvil era todavía una excentricidad. Más allá de algún testigo luminoso o del equipo de sonido, la industria seguía apostando por la economía y la fiabilidad de lo analógico como medio para interactuar con el conductor.
En este contexto, Lancia se atrevió a lanzar un prototipo que anticipó tecnologías y diseños que hoy son comunes en la industria automotriz, pero que en ese momento superaban con mucho la condición de futurista, y probablemente por eso no fueron comprendidos.
Conviene recordar que a principios de los 80 habían sido lanzados los primeros ordenadores personales como el Commodore 64, el Apple II o el Sinclair ZX Spectrum y resultaba evidente que se iniciaba con ellos una revolución que cambiaría el mundo para siempre.

Lancia -entonces perteneciente al Grupo Fiat- supo leer el mensaje y vio en ese nuevo horizonte una posibilidad; la de aplicar estos elementos electrónicos a un nuevo prototipo de coche que representara para el mundo del automóvil lo que estos pequeños ordenadores personales comenzaban a representar para la nueva sociedad.
Un nuevo prototipo para una nueva era
El resultado fue el Lancia Orca, una colaboración entre la marca italiana y el legendario estudio Italdesign dirigido por Giorgetto Giugiaro, uno de los diseñadores más influyentes del siglo XX. El prototipo se presentó en el Salón del Automóvil de Turín de 1982 y desde el primer momento captó la atención por su forma aerodinámica, su enfoque futurista y su sorprendente funcionalidad.
Fue concebido como una berlina de lujo con carrocería de cinco puertas y cuatro plazas tipo monovolumen -algo extremadamente inusual para la época- con una silueta baja y alargada, de líneas limpias y superficies suaves que anticipaba el lenguaje de diseño que dominaría en la década siguiente.

La plataforma y la motorización eran, nada más y nada menos, que la del Lancia Delta 4×4 Turbo; un 1600 cc de 140 CV. El vehículo contaba obviamente con tracción total, frenos antibloqueo, sensores de proximidad y otras ayudas electrónicas que más tarde serían comunes, pero en ese momento parecían ciencia ficción. Empleaba incluso tecnología de fibra óptica en algunos puntos.
Un pionero de la digitalización
Entre otros detalles llamativos estaba su gran parabrisas panorámico, que se extendía hasta el techo, y sus puertas traseras corredizas, similares a las de un monovolumen moderno. El interior, por su parte, era igualmente vanguardista: digital, ergonómico y pensado para maximizar el confort de los ocupantes. El tablero de instrumentos era completamente digital, algo inusual cuando la mayoría de los autos aún dependían de relojes analógicos.

Y este apartado resultaba especialmente innovador: los mandos estaban ubicados en el volante y se accionaban mediante impulsos ultrasónicos -como los que actúan en el mando a distancia de una televisión, por ejemplo- y estaban fijos, no se movían con el volante lo que facilitaba su uso durante la conducción. Incluso su sistema de iluminación iba más allá de su época; los faros estaban integrados en el diseño de la carrocería y contaba con una inusual luz de freno frontal que indicaba cuando el conductor activaba los frenos a los vehículos o peatones que circulaban por delante.
Una puerta al futuro
En honor a la verdad hay que decir que el Orca nació desde el primer momento para ser un prototipo y nunca estuvo destinado a la fabricación en serie. Su objetivo era más estudiar la viabilidad de la digitalización en los coches de dos décadas después. Sin embargo, el resto de la industria tardaría todavía un lustro en seguir ese camino. La mayoría de marcas no entendían por qué recurrir a una tecnología todavía incipiente y poco fiable cuando la analógica era más barata, fácil de reparar y cumplía a la perfección sus funciones.

A pesar de ello, varios de los elementos del Orca se vieron reflejados en vehículos posteriores. Su estilo influyó en coches como el Lancia Thema y abrió las puertas al concepto de monovolumen de lujo en los años 90 con modelos como el Renault Espace o el Chrysler Voyager. Hoy, más de 40 años después de su presentación, el Lancia Orca es recordado como una muestra de cómo la innovación conceptual puede cambiar la industria, incluso sin llegar a las líneas de montaje y un recordatorio de que el futuro del automóvil muchas veces comienza con un prototipo audaz.
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