La UE anda entre fuegos

La carencia de proyección global de la Unión Europea es sobresaliente Leer La carencia de proyección global de la Unión Europea es sobresaliente Leer  

La política tiene hoy mucho de espectáculo, aunque lo de Trump es otra cosa: obnubila al planeta y monopoliza los medios, tanto legacy (los clásicos) como redes. Ejemplo es su alocución telemática ante el World Economic Forum (WEF) el jueves; atrajo tal multitud en Davos que los organizadores del evento tuvieron que parar la entrada a la sala rebosadero, abierta tras abarrotarse la principal. En contraste, la UE -andando entre fuegos que amenazan su viabilidad y futuro- recibe mitigada atención. Más allá de la gesticulación magistral del Gran Disruptor o la deriva nacionalista que padecemos -que su vuelta lleva al paroxismo-, Europa sufre una preterición divulgativa de imagen y sustancia. Totalmente ausente del escenario internacional desde principios de diciembre, ocupa poco ancho de banda informativo.

Esta deficiencia de foco periodístico redobla el interés de analizar declaraciones de mandatarios importantes en esta orilla atlántica, llenas de buenas intenciones pero ayunas de voluntad clara de abordar con planteamientos concretos la difícil situación que atraviesa el continente.

La presidenta de la Comisión Europea (que ni fue invitada a la Inauguration) retomaba el sábado sus actividades profesionales después de cuatro semanas en dique seco, incluida hospitalización por neumonía severa. Esta baja siguió a la laguna de autoridad producida durante las negociaciones para designación de candidatos al Colegio, fatalmente coincidentes con las elecciones en EEUU -tiempo en que Bruselas tendría que haber afilado propuestas creativas en preparación a lo que se nos viene encima-. Así, el equipo UE ha transitado sin voz -sin pena ni gloria- los muchos asuntos de calado que han aflorado en este período.

La reaparición vonderlayana quedó encauzada en dos actuaciones -martes y miércoles- que, si bien transcurrieron en foros y ante audiencias muy diferentes, remacharon los mismos mensajes, con meras variaciones de matiz: «Hemos entrado en una nueva era de dura competencia geoestratégica»; «las reglas de juego entre las potencias están cambiando». Pero estos enunciados no se abrieron a consideración alguna en cuanto a la proyección global UE, distinta del formato clásico de Mercado Interior.

En paralelo, el miércoles se vieron en París el presidente francés y el canciller alemán. Su rueda de prensa fue un ejercicio de enumeración de aspiraciones: «[…] es necesario, ahora más que nunca, que los europeos y nuestros dos países hagan su parte en consolidar una Europa unida, fuerte y soberana». Pero no traspasaron ese umbral. Cierto es que, sin perjuicio de ser las voces máximas de los históricos impulsores de la vertebración comunitaria, ambos adolecen de falta de credibilidad personal: Olaf Scholz, tras el colapso de su gobierno de coalición, está en funciones hasta los comicios anticipados del 23 de febrero; y Emmanuel Macron, autor de grandes discursos, acusa el desgaste de un desempeño errático.

Cuando proliferan los desafíos existenciales, es preciso afrontar los problemas sin desfallecimiento. La UE y sus miembros andan entre fuegos que trascienden en su naturaleza al Mercado Interior. Los reales -Ucrania y Oriente Medio- y los simbólicos: los propios, alimentados por una maraña normativa que genera parálisis; los encendidos por quienes, desde fuera, explotan divisiones internas; los de combustión lenta, nacidos del descontento ciudadano y el auge de movimientos populistas que rechazan el diseño en su esencia. La Casa Blanca presagia una dramática hoguera -el martes, su morador había asegurado que «[la] Unión Europea es muy, muy mala con nosotros», prometiendo que «se enfrentará a aranceles»-. Por fin, silba en el entorno el fuego cruzado de China y Estados Unidos, que podría sembrar de sal nuestra geografía.

En este contexto, los requisitos para que Europa se apuntale como actor geopolítico relevante superan la economía, contrariamente a lo propugnado por Von der Leyen en Davos y ante el Parlamento en Estrasburgo el día después. Recapitulando, se centró en la Brújula de la Competitividad -«Estrella Polar» de la legislatura- que se publicará próximamente en busca de «proteger nuestros intereses y defender nuestros valores» frente al exterior. Confirió al Mercado Único un estatus cuasi utópico -es «nuestro puerto seguro en aguas turbulentas y nuestra mayor baza en negociaciones difíciles»- a pesar de las barreras nacionales que reconoció sigue habiendo (tristemente España descolla en esta perversión) y los agujeros negros que identificó Enrico Letta en su informe de abril: fragmentación en finanzas, comunicaciones electrónicas y energía.

Las interacciones UE con afines y rivales, las abordó igualmente desde un punto de vista puramente de negocios: «Europe is open for business«, proclamó en Suiza; mientras en Estrasburgo subrayaba los 35 nuevos acuerdos comerciales concluidos en los últimos años, atestiguando que el «nuevo compromiso con países de todo el mundo no solo es una necesidad económica, sino que ha de ser un mensaje para el mundo». Expresó la disposición de Bruselas a cooperar con «todos aquellos que estén abiertos a ello» y -llamativamente- señaló a África, Asia-Pacífico, la India (destino del primer viaje del equipo) y China antes de mencionar a Estados Unidos.

Este enfoque -correcto en sí y que ha pespunteado la andadura integradora en el mundo de ayer-, se queda, sin embargo, muy corto en la coyuntura actual. Nuestros dirigentes no deben asirse al soft power y el efecto Bruselas como tabla de salvación; han de fajarse, sin orejeras, ante las emergentes corrientes adversas y afianzar con decisión una visión que no haga abstracción del hard power. La geoeconomía no es ya hilo conductor dominante de las relaciones internacionales desde que fue arrollada por la geopolítica; dejamos atrás la «globalización feliz» que marcó décadas anteriores cuando la seguridad irrumpió en el ámbito mercantil, cuando se quebró el paradigma de paz a través de prosperidad, y prosperidad a través del intercambio.

Los representantes de la UE no pueden mantenerse en el nivel de indefinición referido sin aventurarse más allá del Mercado Interior, impostando un insostenible optimismo. Porque solo logran confundir a los ciudadanos. En un momento en que el pragmatismo despiadado de Xi Jinping, la agresión calculada de Vladimir Putin y el nacionalismo teatral de Trump domeñan, no nos podemos conformar con ir sorteando los fuegos que nos acechan.

 Internacional // elmundo

Te Puede Interesar