Estamos en 2037. Aunque sólo ha precipitado un colapso inevitable, la revuelta ha sido efectiva. Y, en lo que habían sido EE.UU., una Coalición Neorreaccionaria, el Consejo Tricotómico Provisional, controla con mano de hierro el territorio, de donde acaban de huir hacia una Europa y un Canadá en decadencia millones de partidarios del antiguo régimen de la Catedral. El Consejo agrupa las tres corrientes aliadas en la larga “guerra zombi” de guerrillas culturales recién finalizada: los “teonomistas” (o tradicionalistas religiosos), los “etnonacionalistas” (obsesionados con la pureza racial) y los “tecnocomercialistas” (futuristas partidarios del libertarismo económico), hasta ahora unidos por el disenso respecto al consenso ideológico que daba cobertura al enemigo. Las grandes diferencias que los separan anuncian antagonismos tormentosos, pero las agendas son parcialmente compatibles y encuentran una fórmula para empezar a gobernar. Los teonomistas controlan el Departamento de Derecho, con funciones legislativas y judiciales. Los etnonacionalistas, el de Seguridad, fuertemente militarizado. Y los tecnocomercialistas, el de Recursos, que se guía por el imperativo de la eficiencia gubernamental. Este último, en manos de oligarcas tecnológicos, lo gestiona un consejo de administración formado por los nueve principales contribuyentes, que eligen un director general.
El pensador Nick Land ficcionó en 2013 una realidad reaccionara como la actual
Estamos en 2037. Aunque sólo ha precipitado un colapso inevitable, la revuelta ha sido efectiva. Y, en lo que habían sido EE.UU., una Coalición Neorreaccionaria, el Consejo Tricotómico Provisional, controla con mano de hierro el territorio, de donde acaban de huir hacia una Europa y un Canadá en decadencia millones de partidarios del antiguo régimen de la Catedral. El Consejo agrupa las tres corrientes aliadas en la larga “guerra zombi” de guerrillas culturales recién finalizada: los “teonomistas” (o tradicionalistas religiosos), los “etnonacionalistas” (obsesionados con la pureza racial) y los “tecnocomercialistas” (futuristas partidarios del libertarismo económico), hasta ahora unidos por el disenso respecto al consenso ideológico que daba cobertura al enemigo. Las grandes diferencias que los separan anuncian antagonismos tormentosos, pero las agendas son parcialmente compatibles y encuentran una fórmula para empezar a gobernar. Los teonomistas controlan el Departamento de Derecho, con funciones legislativas y judiciales. Los etnonacionalistas, el de Seguridad, fuertemente militarizado. Y los tecnocomercialistas, el de Recursos, que se guía por el imperativo de la eficiencia gubernamental. Este último, en manos de oligarcas tecnológicos, lo gestiona un consejo de administración formado por los nueve principales contribuyentes, que eligen un director general.
El pensador Nick Land ficcionó en 2013 una realidad reaccionara como la actual
El pensador aceleracionista británico Nick Land imaginó la ficción de una sociedad futura que se resume en el párrafo anterior en Flavors of reaction (Sabores de reacción), una entrada de febrero de 2013 de su blog “Xenosystems”, donde exploraba, examinando estrategias ajenas, posibles escenarios del movimiento neorreaccionario entonces emergente en los círculos tecnológicos. Veintidós años después, parece imposible leer su relato sin relacionarlo con el concepto “hiperstición”, un neologismo que hibrida “superstición” y “hype” (despliegue publicitario, en argot), que él mismo, antes de sumarse a la autodenominada “Ilustración oscura”, había impulsado en los 90 desde la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) de la Universidad de Warwick. En palabras de Land, “la hiperstición es un circuito de retroalimentación positiva que incluye la cultura como componente” y que “se puede definir como la (tecno)ciencia experimental de las profecías autocumplidas”. Cuando la hipótesis de un primer mandato de Trump aún parecía una broma, Land y otros autores como Curtis Yarvin ya susurraban al oído de algunos multimillonarios de Silicon Valley. La idea de una ingeniería cultural que podía usar internet para producir procesos hipersticiosos que convirtieran las fábulas o las mentiras en realidad y la imagen de un futuro alternativo neorreaccionario parecido a nuestro presente donde los amos de la tecnología cortarían políticamente el bacalao y seleccionarían y mezclarían sin intermediarios la música del gobierno de EE.UU. son más viejas que el trumpismo.
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