Entre las órbitas de Marte y Júpiter existe un asteroide, llamado (6537) Adamovich, de grandes resonancias literarias desde que fue descubierto en 1979 desde un observatorio astrofísico de Crimea. Este cuerpo celeste rocoso tarda casi mil doscientos días en completar una órbita alrededor del Sol, tiene algo más de cuatro kilómetros de diámetro y su nombre procede del bielorruso Alés Adamóvich (1927-1994), miembro de diversas instituciones soviéticas de ciencias tras doctorarse en Filología en la Universidad Estatal de Bielorrusia, e incluso miembro del Soviet Supremo, entre 1989 y 1992.
Esta novela tremebunda cuenta el caso real de una masacre de la Segunda Guerra Mundial y nos permite recuperar la voz de un gran narrador bielorruso
Entre las órbitas de Marte y Júpiter existe un asteroide, llamado (6537) Adamovich, de grandes resonancias literarias desde que fue descubierto en 1979 desde un observatorio astrofísico de Crimea. Este cuerpo celeste rocoso tarda casi mil doscientos días en completar una órbita alrededor del Sol, tiene algo más de cuatro kilómetros de diámetro y su nombre procede del bielorruso Alés Adamóvich (1927-1994), miembro de diversas instituciones soviéticas de ciencias tras doctorarse en Filología en la Universidad Estatal de Bielorrusia, e incluso miembro del Soviet Supremo, entre 1989 y 1992.
Una de sus obras mayores es Jatínskaya apóvests (1971, La historia de Jatyn), que constituye un relato desgarrador sobre la experiencia humana en tiempos de guerra, cómo esta deja una huella indeleble, traumática, en un pueblo, en este caso a raíz de la Segunda Guerra Mundial. En ella, el autor recrea la matanza de civiles bielorrusos en el pueblo de Jatyn, con una prosa austera y sobria, como para manifestar así el efecto de dolor infinito que planea por encima de lo que cuenta.
⁄ ‘Jatyn’ constituye un relato de memoria y supervivencia, en el que lo narrativo se articula desde lo fragmentario
Jatyn constituye un relato de memoria y supervivencia, en el que lo narrativo se articula desde lo fragmentario, pues así son los recuerdos, y más cuando la atmósfera de desolación lo gobierna todo. La novela, además, es reflejo de algo real sucedido en la región de Minsk en 1943 –el asesinato por parte de miembros de la despiadada brigada Dirlewanger de los habitantes de una aldea, salvo cinco personas–, que el propio autor llevó al guion de la película de Elem Klímov Ven y mira. (Cabe apuntar que la presente es la primera edición original, sin censura.)
En aquel año, era más que probable la derrota de Alemania frente a los aliados, y tal vez ungidos por la rabia de un triunfo anhelado que se les escapaba, los soldados nazis se ensañaron con las gentes de Jatyn, a los que quemaron vivos cuando se refugiaron en un pajar. Allí, escuchamos el atroz miedo y sufrimiento de niños y mujeres, ya avanzado en un par de epígrafes del libro que informan de que en Bielorrusia se destruyeron más de 9.200 aldeas. Enseguida el lector se internará en el camino a Jatyn, junto con otros personajes que van de camino allí en transporte público: una escena inicial, inocente y costumbrista, que presenta Adamóvich con un toque poético: “Las voces irreales e imposiblemente cercanas de un muy lejano pasado inundan el autobús. Las palabras casuales de hoy flotan en la superficie, como la basura, y las voces conocidas, más allá de las palabras, parecen fundirse conmigo, saladas, abrasadoras…”.
Ahí aparece un término clave, partisanos, pues no en vano el autor lo fue, de tal modo que al instante se cuela el pasado tremebundo de los guerrilleros que perdieron a familiares en algún momento de la contienda armada. En este sentido, la novela también es una reflexión sobre la desmemoria, cuando la cotidianidad macabra hace rutinaria la muerte más violenta: “Desfilan los rostros en su memoria, se mezclan cual baraja, y ninguno se superpone a esa voz con un suave carraspeo”, se dice al intentar evocar un personaje la figura de un guerrero que llevaba de forma particular su ametralladora.
Cada página, así, es entre conmovedora por las alusiones a un pasado del que algunos pudieron salir airosos, como por la demostración de cómo el ser humano puede cometer las mayores atrocidades sin el menor escrúpulo. Es el caso de una de las ciento y una anécdotas que el libro refiere, alrededor de un comandante que, durante un asedio, en medio de emboscadas alemanas, “para que no aniquilaran al destacamento parece que sacrificó a un niño pequeño que no hacía sino gritar en brazos de su madre”. Todo lo cual remite a un dilema mayor: el de hacer lo posible y hasta lo imposible por perpetuar la pulsión de conservar la vida.
Alés Adamóvich
Jatyn
Trad. de Marta Sánchez-Nieves
Edhasa. 288 páginas. 21,50 euros
Cultura