No es exagerado decir que Ignasi Terraza se mueve por el Palau de la Música como si estuviera en su propia casa, porque en cierta manera lo fue. Con 12 años realizó docenas de veces un trayecto que lo llevaba al techo del edificio modernista. Cruzaba la sala del coro –a veces mientras sus integrantes se estaban cambiando-, seguía por el almacén de instrumentos, subía la escalera y pasaba por delante del escenario donde este viernes actuará para inaugurar el festival Mas i Mas con el concierto A 45 . Su objetivo último estaba en el piso superior, donde recibía clases de piano de Isabel Loras, esposa del maestro Millet.
El pianista presentará nueva música en la inauguración del festival Mas i Mas dentro del concierto ‘A 45’
No es exagerado decir que Ignasi Terraza se mueve por el Palau de la Música como si estuviera en su propia casa, porque en cierta manera lo fue. Con 12 años realizó docenas de veces un trayecto que lo llevaba al techo del edificio modernista. Cruzaba la sala del coro –a veces mientras sus integrantes se estaban cambiando-, seguía por el almacén de instrumentos, subía la escalera y pasaba por delante del escenario donde este viernes actuará para inaugurar el festival Mas i Mas con el concierto A 45 . Su objetivo último estaba en el piso superior, donde recibía clases de piano de Isabel Loras, esposa del maestro Millet.
“Vivían junto a la claraboya que se encuentra sobre el escenario”, recuerda Terraza. “La barandilla circular del piso superior era la de su casa”. Son muchas las ocasiones en que el pianista ha actuado en el Palau, ya fuera con big bands, junto a Andrea Motis y Joan Chamorro, a dos pianos con Bert Van den Brink o en solitario en el 2012, cuando grabó el disco Sol-IT . “El Palau tiene muchos encantos” asegura el pianista desde el estudio de su casa, en el Eixample, a dos días de un concierto donde, para conjurar toda idea de jubilación, presentará nuevo formato y nuevo disco en compañía de la cantante anglopalestina Sara Dowling.
Lee tambiénSergio Lozano

“Tocaré con diferentes formaciones que pueden sonar a lo que he hecho antes”, comenta, aunque la propuesta incluye varias novedades. Quienes visiten este viernes el Palau (20 h, todavía quedan entradas) verán tocar a Ignasi Terraza a piano solo, en trío junto con Esteve Pi y Jason Weaver, y sobre todo en quinteto con vibráfono y flauta. “Trabajé con un vibrafonista muchos años, Oriol Bordas, en los años 80 y 90”, recuerda Terraza de una costumbre que dejó de lado hasta el pasado enero, cuando se mudó a Barcelona otro vibrafonista, el griego Christos Rafalides, que llevaba tres décadas viviendo en Nueva York. “Le escuché y pensé que era la oportunidad para buscar esa sonoridad que tanto me gusta”, tanto, que ha escrito música nueva para la ocasión. Adrian Cunningham, colaborador de los últimos dos años, tendrá su espacio con flauta-saxo y clarinete, lo mismo que Sara Dowling, emigrante como Rafalides y Weaver, que vino a España de Londres, donde fue elegida como mejor vocalista en los British Jazz Awards del 2019.
El título del concierto, A 45 , recuerda los años que lleva tocando con un guiño a los viejos singles en vinilo. “Comencé tocando en pubs, y en un trío donde tocaba la guitarra rítmica” recuerda Terraza de unos conciertos que “no son para recordar especialmente”, pero que le ayudaron a emprender una carrera durante la que ha publicado más de 30 álbumes como líder. El primero, tras ganar el concurso de Getxo en 1991, se publicó meses después de pedir la excedencia como ingeniero informático, toda una premonición. El encuentro con el guitarrista norteamericano Dave Mitchell fue vital para aquel cuarteto que obtuvo como premio la grabación del propio directo, “sin ninguna edición ni toma alternativa”, recuerda.
El premio le dio difusión al pianista, permitiéndole tocar por toda España, “aquel año toqué por primera vez en el Café Central de Madrid, donde he tocado regularmente desde entonces”, recuerda Terraza, con cierta nostalgia por ser prácticamente el único club de jazz abierto desde aquel año (el Jamboree se abrió en 1992).
Discípulo de Tete Montoliu, “cuando le hacías una pregunta, te contestaba ‘escucha’”, Terraza fue autodidacta en el jazz, un terreno que descubrió mientras estudiaba en el conservatorio, “dos mundos diferentes”. La clásica era música de partitura, memorizar y tocar, con la dificultad añadida de hacerlo en Braille, porque “es más fácil memorizar si lees la partitura y la tocas al mismo tiempo”. El método táctil, por el contrario, exige en el piano leer las manos por separado, “no te haces a la idea de cómo suena la partitura hasta el final, la tarea de memorización es más lenta”, y además la necesidad de repasar mucho mayor.
Sea por este motivo o por inclinación natura, Terraza pronto encontró el gusto por tocar de oído, “me gustaba cambiar cosas, aprenderme una pieza y cambiarla, es entonces cuando empiezas a entender la música”, y rechaza que la improvisación esté por debajo de la interpretación clásica, “el rigor es el mismo, pero la forma de aproximación de la música”.
“Lo que siempre me ha gustado y hago habitualmente es improvisar” explica este doctor en matemáticas (honoris causa por la Universitat Autònoma de Barcelona) para definir su estilo. “Improvisar es componer, pero hay que hacerlo al instante, no hay necesidad de repetir, esa es la gracia”, una máxima que influye mucho a la hora de componer. “Lo hago dentro del jazz, lo que implica un componente de improvisación. Son estructuras o melodías que después me permitirán improvisar, no las pienso como piezas cerradas, sino como una melodía y armonías que permitan ponerse de acuerdo”. El precio es crear una música que no podrá escucharse de nuevo de la misma manera, “pero la música es eso, fugaz, se desvanece. Jugamos con el tiempo, y el tiempo nunca va hacia atrás”.
Cultura