El confinamiento por la covid se hizo pesado, muy pesado, para la mayoría de personas. Para los colombianos todavía más, pues el encierro que se declaró en el país de la cumbia fue el más largo de todo el mundo. Fernanda Trías (Montevideo, 1976) no es colombiana, pero reside en Bogotá desde hace años y la pandemia le pilló en una casa que, “por suerte o por desgracia”, tenía vistas a la montaña. Por un tiempo, eso le ofreció cierto sosiego. Puestos a no poder salir y a ver una única cosa, ¿qué mejor que la naturaleza? Pero, con el tiempo, el tener prohibido pasear por esos senderos exuberantes de vegetación originó cierta angustia, aunque nada que no pudiera solucionar con papel, bolígrafo y un poco de imaginación. Nació así su nueva novela, El monte de las furias (Random House), recién llegado a librerías.
La escritora uruguaya publica ‘El monte de las furias’, una novela cocinada durante la pandemia que cuenta la historia de una mujer que cuida una montaña y que cuenta con un pasado familiar turbulento
El confinamiento por la covid se hizo pesado, muy pesado, para la mayoría de personas. Para los colombianos todavía más, pues el encierro que se declaró en el país de la cumbia fue el más largo de todo el mundo. Fernanda Trías (Montevideo, 1976) no es colombiana, pero reside en Bogotá desde hace años y la pandemia le pilló en una casa que, “por suerte o por desgracia”, tenía vistas a la montaña. Por un tiempo, eso le ofreció cierto sosiego. Puestos a no poder salir y a ver una única cosa, ¿qué mejor que la naturaleza? Pero, con el tiempo, el tener prohibido pasear por esos senderos exuberantes de vegetación originó cierta angustia, aunque nada que no pudiera solucionar con papel, bolígrafo y un poco de imaginación. Nació así su nueva novela, El monte de las furias (Random House), recién llegado a librerías.
La trama sigue a una mujer que vive en la ladera de una montaña sospechosamente similar a la que veía Trías, repleta de follaje feraz y neblina baja. Reside en la parte más alta del cerro, donde contempla todo y, si detecta cualquier anomalía, se la comunica al celador, su vecino más cercano, con el que está condenada a entenderse si quiere huir de la soledad brutal, pese a que, como reconoce la autora a La Vanguardia, “seguramente ni se hablarían en otras circunstancias”. En los pies, en la ciudad roja, sus habitantes son ajenos a todo lo que allí sucede, que no es menor. Aparecen cuerpos. Primero, en el jardín de la protagonista pero, a los pocos días, en todas partes. Deciden enterrarlos, pero, con tan solo cuatro manos, la situación les supera.
Existen muchas formas de dejar testimonio de que hemos pasado por este mundo, como la escritura y la fotografía»
“La mujer los fotografía para que no caigan en el olvido. El tema de la memoria es algo que me obsesiona mucho y que ya he trabajado con anterioridad. El miedo a olvidar, un concepto que está muy presente, por capas, en toda la trama. Existen muchas formas de dejar testimonio de que hemos pasado por este mundo. Uno de ellos es la escritura y narrar todo lo que uno vive. La protagonista escribe su día a día y, también, la historia de su madre y su abuela. Quiere dejar constancia del linaje femenino. De los cuerpos que aparecen, no sabe nada, y su forma de decir que han existido y que, en su día, estuvieron vivos, es fotografiándolos”.
Trías insiste en que el hecho de dejar reflejado que uno existe no es algo a lo que solo dé importancia la protagonista. “Lo hacemos todos. Como mínimo, todos sentimos el impulso. En un baño, por ejemplo, de escribir que pasamos por allí, especialmente si las paredes ya estaban pintadas por otros. Vivo, por tanto lo digo a los cuatro vientos. No importa que el siguiente que entre y nos lea no entienda las referencias. Lo mismo sucede con las cortezas de los árboles, donde insistimos en dejar grabadas nuestras iniciales”.

Andrea Martínez
A la autora uruguaya siempre le han llamado la atención las instantáneas y postales antiguas que se venden a menudo en los mercadillos. “¿Quiénes fueron? ¿Cómo ha llegado hasta allí? ¿Qué fue de sus vidas? Todo está relacionado con la memoria y, si me interesa, es porque es algo que empieza a resurgir en Latinoamérica, pues cuenta con una historia global repleta de desaparecidos. No queda rastro de ellos. No se sabe cómo murieron y casi nunca se encuentran sus cuerpos. Pero no se olvidan. Muchos escritores nos esmeramos por retratarlos en nuestros libros para que así, aunque muera nuestra generación, persistan. Además de lo que se pueda escribir, también sobreviven a los años las fotografías. En Uruguay, por ejemplo, todos los años salimos a las calles para recordar a los desaparecidos de la dictadura y lo hacemos con imágenes de sus rostros. Es una forma de decir que no los olvidamos”.
Las heridas abiertas son otro tema que Trías contempla en sus líneas. “Heridas históricas y colectivas que se vuelven personales. Mucha gente trata de avanzar en su día a día con una losa grande a las espaldas, que es la de las herencias dolorosas. Y esto se manifiesta en la forma de vivir de la gente, y de criar”. En sus páginas, la escritora relata relaciones maternofiliales difíciles, algo que, sin duda, le interesa, como ya manifestó en su anterior novela, Mugre rosa (Random House, 2021), reconocida con el Premio Nacional de Literatura Uruguay y el Sor Juana Inés de la Cruz.
Las madres no son perfectas. Ese es un ideal irreal”
“La madre de esta nueva historia ha sufrido muchísimo, y sigue haciéndolo. Sus propias circunstancias la llevan a se brutal. Y eso es algo que no es justificable, pero que pasa a diario y que convertimos en tabú. Hay que hablar de ello. Las madres no son perfectas. Ese es un ideal irreal”. Con mejores o peores actitudes, esta no deja de ser una historia de mujeres en un ámbito rural, donde poco a poco salen del papel secundario al que la historia les había condenado.
“En muchas familias latinoamericanas, el hombre está ausente y la crianza se convierte en algo totalmente femenino. La protagonista no conoció a su padre, pero es que la madre y la abuela tampoco. Poco a poco, esto parece que cambia en las nuevas generaciones y se ve reflejado en nuestra literatura, con el relato de otras paternidades. Pero el anterior discurso, especialmente en los estratos más bajos, está tan extendido que cuesta desapegarse. Ojalá llegue el día”.
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