El defectuoso sistema de asilo europeo mata a miles de personas cada año. Aquellos que tienen la suerte de sobrevivir al viaje hacia Europa sufren por el camino toda clase de atrocidades Leer El defectuoso sistema de asilo europeo mata a miles de personas cada año. Aquellos que tienen la suerte de sobrevivir al viaje hacia Europa sufren por el camino toda clase de atrocidades Leer
Cuando a principios de este año visité la isla italiana de Lampedusa, miembros de Frontex, que asisten a las autoridades locales en el centro de recepción italiano, me informaron de que la ruta más barata para los bangladesíes que desean entrar ilegalmente en Europa pasa por Libia. Desde allí, el viaje continúa hacia Italia. El coste total del trayecto: más o menos unos 9.000 euros.
Los traficantes de personas, con una actitud cínica, se enriquecen organizando rutas ilegales hacia Europa. Miles de personas mueren en el camino. He conocido tanto a la guardia costera italiana como a la griega, y he escuchado sus terribles testimonios de primera mano. Casi a diario recuperan cadáveres del mar.
La nacionalidad más representada entre los solicitantes de asilo en Italia el año pasado fue, precisamente, la de Bangladesh. La gran mayoría son migrantes económicos que no necesitan protección, sino que abandonan sus países con la esperanza de encontrar trabajo en Europa. No es casualidad que la mayoría de los que llegan a las costas europeas sean hombres jóvenes y solteros, mientras que mujeres, niños y ancianos quedan atrás en sus países de origen.
En un sistema de asilo que funcionase adecuadamente, los migrantes económicos no recorrerían la ruta desde Bangladesh hasta Libia para luego cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias, sin el equipo necesario y arriesgando al mismo tiempo sus vidas. A su llegada, invocan derechos que están reservados para otro grupo completamente distinto: los solicitantes de asilo. Debería estar claro para cualquier europeo que el sistema actual se ha derrumbado, y que son los más vulnerables del mundo —aquellos que realmente necesitan protección— quienes sufren las consecuencias.
La ambición de lograr un mejor sistema de asilo europeo es, naturalmente, una tarea ardua que no puede resolverse de inmediato. Sin embargo, al asumir Dinamarca mañana la presidencia del Consejo de la UE, una de nuestras prioridades será apoyar el movimiento europeo hacia nuevas soluciones que en este momento ya se están desarrollando.
Cada año, los países europeos gastan miles de millones de euros en la tramitación de solicitudes de asilo, alojamiento y repatriación de extranjeros que no tienen derecho a protección. Esos miles de millones podrían destinarse, en cambio, al desarrollo de los países de origen o tránsito de los migrantes irregulares. La mayoría estará de acuerdo en que sería preferible crear más oportunidades reales para una vida sostenible en esos países, de modo que menos personas se vean forzadas a cruzar continentes y mares.
No se trata de ahorrar dinero, sino de gastarlo mejor. En beneficio de los refugiados más vulnerables del mundo, que permanecen atrapados en campamentos superpoblados en lugares como Kenia, Ruanda y Jordania, y que no tienen recursos para emprender los peligrosos viajes hacia Europa.
Un permiso de asilo es prueba de que alguien necesita protección contra persecución, tortura, pena de muerte, guerra u otras amenazas similares. Si no se requiere protección pero se desea trabajar o estudiar en Europa, existen vías legales para hacerlo solicitando un permiso de residencia y trabajo. Y si los empleadores europeos enfrentan escasez de mano de obra, ya existen mecanismos para atraer legalmente a los trabajadores necesarios.
Las intenciones del actual sistema europeo de asilo son humanitarias, pero sus consecuencias reales no lo son en absoluto. Si seguimos manteniéndolo, perpetuamos un sistema cínico, ultracapitalista y antihumano, basado en la explotación de los débiles y vulnerables en beneficio de las redes criminales.
Una parte esencial de la solución reside en los llamados países de tránsito y acogida, como Mauritania, Túnez, Turquía y Egipto. Estos países no son los principales puntos de origen de los migrantes irregulares, pero se encuentran en la ruta hacia Europa. Por tanto, también sienten las consecuencias del sistema europeo.
Debemos cooperar con estos países. Yo mismo he estado en Túnez, donde Dinamarca y otros países europeos formamos al personal fronterizo y apoyamos a las autoridades migratorias y de control de fronteras. También he viajado a Turquía, uno de los países que acoge a más refugiados a nivel mundial. Allí he visto personalmente cómo nuestras contribuciones fortalecen la labor de vigilancia fronteriza turca. Sé que España también mantiene una estrecha colaboración con Mauritania. Italia y Francia han establecido alianzas similares con varios países africanos. Pero necesitamos más de estos acuerdos, porque verdaderamente funcionan y son beneficiosos.
Si, además, el procesamiento de solicitudes de asilo se traslada fuera de las fronteras europeas, las personas que huyen de la persecución ya no tendrán incentivos para emprender viajes tan largos y peligrosos. Se destruiría así el modelo de negocio de los traficantes de personas. Al mismo tiempo, los países europeos podrían acoger a más refugiados reasentados. Las personas que necesiten protección podrán presentar sus solicitudes en condiciones ordenadas, sin más violencia, violaciones, muerte ni explotación en el camino hacia Europa.
La lucha por un mejor sistema europeo de asilo será, sin duda, un proceso prolongado y exigente. No es un problema que resolveremos en pocos días. Y ningún país puede afrontarse solo a los desafíos migratorios de Europa. Se requiere una sólida cooperación internacional.
Este es el argumento a favor de un sistema de asilo con un enfoque más humano. En beneficio de los países de origen. En beneficio de Europa. En beneficio de los más vulnerables y los desprotegidos.
* Kaare Dybvad Bek es ministro de Inmigración e Integración de Dinamarca, país que preside la UE desde el 1 de julio.
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