Times Square, la plaza más entusiasta e iluminada de Occidente, sigue siendo el enclave favorito para que profesionales o amateurs de la danza pongan en práctica esos bailes grupales que luego triunfan en las redes, sobre todo en el ahora cuestionado TikTok. Hasta la pasada semana, justo antes de que el tiempo en Nueva York cayera 18 grados bajo cero y la aplicación china cerrara durante algo más de 24 horas, la mediática Calle 42 acogía nuevas coreografías aparentemente espontáneas. Turistas y locales sabían que algo estaba a punto de pasar: un grupo de chavales y chavalas vestidos de negro y rosa se concentraban ante el edificio desde el que se emite Good morning America y ¡zas!
Profesionales y amateurs del ballet se apuntan en masa al fenómeno viral de las danzas
Times Square, la plaza más entusiasta e iluminada de Occidente, sigue siendo el enclave favorito para que profesionales o amateurs de la danza pongan en práctica esos bailes grupales que luego triunfan en las redes, sobre todo en el ahora cuestionado TikTok. Hasta la pasada semana, justo antes de que el tiempo en Nueva York cayera 18 grados bajo cero y la aplicación china cerrara durante algo más de 24 horas, la mediática Calle 42 acogía nuevas coreografías aparentemente espontáneas. Turistas y locales sabían que algo estaba a punto de pasar: un grupo de chavales y chavalas vestidos de negro y rosa se concentraban ante el edificio desde el que se emite Good morning America y ¡zas!
“Si en su mayoría son asiáticos, sabes que el baile será más dulce y casual que cuando son afroamericanos”, dice una chica levantando la cabeza entre los curiosos que siguen la actuación desde lo alto de un bordillo. Todos a una, los de corbata negra y camisa rosa (o viceversa) marcan los pasos con aire desganado hasta que, ¡hups!, giran decididos la cadera y lanzan una pierna en arabesque –¿sabrán lo que significa?–, todos menos la chica que mantiene contacto visual con el móvil que les graba. Es de noche y el impacto lumínico de los spots que les rodean les tiñe el rostro de cian y magenta.
“Con TikTok ya no hay diferencia entre espacio virtual y físico”, indica la coreógrafa barcelonesa Núria Guiu, premio Nacional de Cultura 2022 y una experta en eso desde que hizo Cyberexorsime en el Mercat de les Flors. “Me hace gracia verles bailar en la calle mientras les graban. En lugar de quedar para tomar una cerveza, quedan para grabarse. Y me parece potente que suceda eso cuando tanta gente querría ser bailarina y no podrá pagarse los estudios o llegar a trabajar en un teatro”.
“Nosotros llevamos 20 años entrenándonos para que ahora llegue uno que no ha bailado nunca y tenga esa fama”
TikTok se volvió muy poderoso en pandemia, cuando las discotecas cerraron. Pero ya antes, Times Square hizo historia como escenario de coreografías espontáneas y organizadas, como la de las bailarinas barranquilleras que en el 2016 sorprendieron a los transeúntes con una champeta que hizo virales sus ritmos caribeños. Y cuando en el 2019 el príncipe Jorge de Inglaterra fue motivo de chascarrillos por su afición al ballet, 300 bailarines se reunieron ahí para una clase masiva que acalló todos los estereotipos sexistas.
Ya en pandemia, la gente se citaba en el parque para bailar. “Entonces eran tildados de narcisistas –recuerda Guiu–, lo cual no deja de ser perverso, cuando a lo mejor solo están buscando un agujero en ese canal de la esperanza y el do it yourself en el que, con suerte, captarán followers y una marca les contratará y se harán famosas. Es un agujero laboral que debería empezar a valorarse más y más”.
En realidad, hay quien gana una millonada por colgar videos de 15”, lo cual se percibe como injusto desde instituciones de la danza. “Llevamos 20 años entrenando como bailarines para que ahora llegue uno que no ha bailado nunca y tenga toda esa fama”, admite la también barcelonesa Anna Rotllant, formada en Alvin Ailey, en Nueva York. “Al mismo tiempo, doy clase a niños de 10 años que comienzan a tener TikTok y para estar en su onda he de usar canciones de ahí. Se las saben todas”.
“En lugar de quedar para tomar una cerveza, quedan para grabarse, y me parece potente que suceda eso”, dice Guiu
La cuestión es si, al igual que el callejero hip-hop ha entrado en los teatros de la danza, esos estilos virales y comerciales –sexydance, heels (con tacones) o hairstyle (que el pelo quede bien al bailar)– formarán en breve un imaginario dancístico global e influirán en la creatividad contemporánea.
“No veo problema en eso”, dice la bailarina y coreógrafa Drew Jacoby, vinculada al American Ballet o el San Francisco Ballet, una estadounidense que combina moda, artes visuales y cultura pop, como en ese Waltz que creó para el Ballet de Catalunya. “Esos estilos comerciales son más accesibles para el gran público y es nuestro trabajo en el mundo del ballet y la danza contemporánea educar para que los usen de forma creativa. Las compañías en Nueva York mantienen unas redes sociales modernas, jóvenes y frescas, sin comprometer la calidad artística. Yo misma estoy en Instagram, muestro mi porfolio. Lo que odio de estas plataformas es que contraten a artistas por la cantidad de seguidores o un vídeo de segundos en lugar de por su talento y trabajo real. Eso es un caos y disminuye la calidad del ballet”.
Desde la pandemia
Cuando en pandemia, los bailarines buscaban estar en contacto y conocer las tendencias, se creó sin ellos saberlo una comunidad a escala planetaria, la de “¿te sabes aquel TikTok?”. Ese archivo de folklore digital –“Es como si todo el mundo se supiera la sardana”, dice la coreógrafa Núria Guiu– se comparte en un scroll infinito de bailes de diez segundos que responden a unos códigos: formato vertical, baile frontal con brazos y piernas sin salir de plano, con alguien detrás que parece que mira o alguien delante que hace algo que provoca al de atrás… Y hay juegos de manos que a menudo ilustran la canción o reproducen la cultura emoji (en forma de corazón o como que lloran), y gestos del k-pop de Corea o del j-pop de Japón. Pero también mucho lenguaje afrolatino, perreo… Y se plantean retos o reaction, reaccionar a lo que ha hecho otro. “Todo en apariencia es natural, pero la relación con la cámara se ensaya a conciencia”, aclara Guiu.
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