La Garnier, en París, es de las óperas más fotografiadas del mundo, pero no siempre se conoce su historia ni se comprende su mezcla de estilos ya icónica. Se inauguró un siglo y medio atrás en pleno declive de los imperios y cuando ya no tenía sentido ponerse grandilocuente. Pero ella es toda opulencia. Y abruman su Grand Foyer con techos versallescos, las escalinatas de mármol con esculturas de cariátides y atlantes, o los balcones concéntricos, como un Instagram al que asomarse y ser visto.
El ecléctico teatro que mandó levantar Napoleón III celebra sus 150 años con un Rameau bailado a lo hip hop
La Garnier, en París, es de las óperas más fotografiadas del mundo, pero no siempre se conoce su historia ni se comprende su mezcla de estilos ya icónica. Se inauguró un siglo y medio atrás en pleno declive de los imperios y cuando ya no tenía sentido ponerse grandilocuente. Pero ella es toda opulencia. Y abruman su Grand Foyer con techos versallescos, las escalinatas de mármol con esculturas de cariátides y atlantes, o los balcones concéntricos, como un Instagram al que asomarse y ser visto.
Hasta Napoleón III, el último emperador francés, impulsor de la obra y de la remodelación Hausmann de París, debió quedarse de piedra cuando en 1875 vio lo que un desconocido Charles Garnier había hecho. El arquitecto (de familia humilde dedicada a los carruajes) había encajado sin complejos clasicismo, suntuosidad barroca y beaux-arts, en pos de un estilo Segundo Imperio.
Currentzis se recrea en la melancólica y barroca ‘Castor et Pollux’ al tiempo que Sellars la yuxtapone al breakdance
Tan inquietante parecía el teatro/academia que Gaston Leroux usó sus galerías subterráneas como sombrío escenario de Le fantôme de l’Opéra . Por suerte, su iluminación con encanto es tenue y la cúpula de la sala, un Chagall de los ye-yes años 60, convive sin ofender con los dorados y querubines en relieve que miran desde los palcos. Al final, la nostalgia de grandeur puede verse como un guiño a Luis XIV y su Academia Real de Danza, en la que el maestro Pierre Beauchamp creó las cinco posiciones del pie.
Porque desde que existe la ópera de la Bastille, la Garnier se ha especializado en ballet y en algunas representaciones selectas de ópera barroca, una de las cuales, Castor et Pollux , se está viendo ahora, por el 150.º aniversario, propiciando además un sincretismo en escena de la mano de Peter Sellars, quien marida la música de Rameau con el hip hop bailado de un coreógrafo de Brooklyn.

Vincent Pontet
No es un experimento nuevo en Francia, pero pocas veces un director de escena ha capturado tan bien el alma de un autor del barroco y ahondado en el significado de su obra –el mito del amor fraternal y el sacrificio– usando el recurso de llevarla a la actualidad. Y es que Sellars ve en esa partitura de contrastes una mezcla explosiva de Stravinski y Beyoncé.
“Es música salvaje con ritmos y colores sorprendentes, y momentos de explosión y otros muy íntimos –ha dicho–. Reúne esas contradicciones de las que estamos hechos los humanos, como cuando hacemos clic en el ordenador y viajamos de la guerra de Ucrania a un desfile de moda, y luego a las fotos de nuestra infancia”.
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Este Castor et Pollux es una fiesta de medio centenar de jóvenes cantantes y bailarines dirigidos desde el podio por un manierista Teodor Currentzis, que se trae a su coro y orquesta Utopia (creada en Europa para escapar de la censura a formaciones rusas). Sellars ha escogido la versión de Rameau de 1737 con el prólogo en el que el dios Marte ha hecho prisioneras a las artes. Venus le seduce y, al final del prólogo, es Marte el encadenado y las artes liberadas. “Toda la ópera va de cómo detener una guerra”, dice Sellars. Y al hilo de eso se preguntan medios franceses…¿y por qué entonces la presencia de Currentzis?
Una escenografía casual combina cuatro elementos de atrezo y videos que transportan al elenco desde un descampado hasta el firmamento estrellado, o de la amenaza de Marte a la nebulosa cósmica que al final acoge todas las almas. El mensaje –“que nos demos cuenta de que en la Tierra somos un solo pueblo”– congenia estéticas pasadas y presentes. Y aunque a priori no parece fácil integrar arias delicadas con un house dance, un krump o los a veces cansinos broken bones (port-de-bras de hombros dislocados ), el coreógrafo Cal Hunt, descubrimiento de Sellars, lo logra. Y pone a bailar incluso a la soprano trinitense Jeanine de Bique, lucida Télaire a la que la crítica ha afeado su francés. Al público de la glamurosa Garnier sí le encantó este jueves, al igual que los insólitos pianissimi orquestales de Currentzis.
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