En los años 1930, cuando la aviación comercial daba sus primeros pasos y el ferrocarril era aún sinónimo de progreso, un ingeniero escocés llamado George Bennie se atrevió a imaginar un futuro distinto. Su propuesta, el Railplane, combinaba lo mejor de ambos mundos: un vehículo suspendido propulsado por hélices que circulaba por encima de las vías convencionales a velocidades impensables para la época. El tren del futuro, según Bennie, volaría sin despegar del suelo.
En los años 1930, el visionario George Bennie presentó un monorraíl suspendido que prometía conectar Glasgow y Edimburgo en solo 20 minutos
En los años 1930, cuando la aviación comercial daba sus primeros pasos y el ferrocarril era aún sinónimo de progreso, un ingeniero escocés llamado George Bennie se atrevió a imaginar un futuro distinto. Su propuesta, el Railplane, combinaba lo mejor de ambos mundos: un vehículo suspendido propulsado por hélices que circulaba por encima de las vías convencionales a velocidades impensables para la época. El tren del futuro, según Bennie, volaría sin despegar del suelo.
El prototipo, construido en 1930 en Milngavie, cerca de Glasgow, medía unos 130 metros y estaba suspendido sobre una estructura metálica de grandes dimensiones. De ella colgaba un vagón ligero, aerodinámico y con una hélice en la parte frontal, como un pequeño avión encarrilado. Funcionaba con un motor eléctrico alimentado por un generador a bordo, aunque también se preveía la opción de recibir energía desde un raíl conductor.

Para frenar, el sistema invertía el giro de la hélice y recurría a frenos instalados en los bogies superiores. Una rueda guía en un raíl inferior ayudaba a estabilizar el vehículo durante el trayecto.
Se construyó un prototipo de 130 metros en Milngavie, pero nunca logró la financiación necesaria
El interior del vagón estaba pensado para impresionar. Alfombras, cortinas, asientos acolchados, mesas, lámparas… Una colección de piezas de lujo con las que Bennie quería demostrar que su Railplane era una alternativa elitista al ferrocarril convencional.
Proponía instalar estos vehículos por encima de las vías existentes, sin interferir con el tráfico ferroviario tradicional. Una de las rutas que llegó a plantear era entre Glasgow y Edimburgo, un trayecto de aproximadamente 80 kilómetros que él pretendía cubrir en apenas 20 minutos.
Pese a la ambición de Bennie, el proyecto no encontró apoyos suficientes. Ni las compañías ferroviarias, que lo veían con recelo, ni las autoridades británicas quisieron respaldarlo. El tramo de demostración atrajo cierto interés, incluso propuestas para desarrollarlo en Francia o en la costa británica, pero ninguna llegó a concretarse. En 1936, Bennie fue apartado del consejo de su propia empresa, y al año siguiente, declarado en bancarrota.
Los vagones fueron diseñados con lujo, con asientos cómodos, cortinas y detalles de alta gama
Paralelamente, otros inventores también probaron suerte con ideas similares. En Francia, el Aérotrain -un tren sobre cojín de aire desarrollado en los años 1960- prometía velocidades récord, pero nunca entró en servicio. En Estados Unidos, el SkyTran proponía cápsulas suspendidas guiadas magnéticamente, y en México, en los 1970, se puso en marcha un sistema de transporte elevado en el aeropuerto de Ciudad de México. Todos compartían un mismo destino, con mucha innovación y poca implantación.

Bennie lo intentó de nuevo tras la Segunda Guerra Mundial, con dos nuevas empresas: George Bennie Airspeed Railway Ltd (1946) y George Bennie Airspeed Iraq Ltd (1951). Estas iniciativas aspiraban a conectar aeropuertos con centros urbanos e incluso combinar el transporte de pasajeros con sistemas de riego para zonas desérticas. El objetivo era ambicioso: llegar desde el Nilo al mar Muerto, Bagdad o Damasco. Pero, una vez más, el interés no fue suficiente.
El Railplane de Milngavie sobrevivió a la guerra, pero fue finalmente desmontado en 1956 y convertido en chatarra. Se dice que Bennie acabó abriendo una herboristería, donde trabajó hasta su muerte en 1957.
Hoy el Museo del Transporte de Glasgow y el Museo Kelvingrove conservan algunas maquetas del proyecto, un cenicero promocional y un cortometraje sobre el frustrado proyecto. Piezas sueltas de una idea que nunca llegó a despegar, pero que sigue fascinando por todo lo que prometía.
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