El filósofo Byung-Chul Han, autor de ‘La sociedad del cansancio’, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades

Es una estrella, una rock star de la filosofía contemporánea. Y eso que no se prodiga en actos públicos por el globo, preocupado por la huella de carbono de sus viajes. Es posiblemente el filósofo más leído de lo que va de siglo XXI gracias a títulos que en en España han vendido decenas de miles de ejemplares como La sociedad del cansancio (Herder), un ensayo en el que examinaba el cambio de paradigma por el cual la vieja sociedad disciplinaria, basada en imperativos y prohibiciones que venían de fuera, ha dado paso hoy a una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. La autoexigencia de rendir cada vez más conlleva, señala, cansancio, aburrimiento e indiferencia y síndromes que van de la hiperactividad a la impaciencia, la desatención y el agotamiento. Él es Byung-Chul Han (Seúl, 1959) y le acaba de ser concedido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2025.

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 El pensador alemán de origen surcoreano, crítico con la globalización neoliberal, es uno de los más leídos de las últimas décadas   

Es una estrella, una rock star de la filosofía contemporánea. Y eso que no se prodiga en actos públicos por el globo, preocupado por la huella de carbono de sus viajes. Es posiblemente el filósofo más leído de lo que va de siglo XXI gracias a títulos que en en España han vendido decenas de miles de ejemplares como La sociedad del cansancio (Herder), un ensayo en el que examinaba el cambio de paradigma por el cual la vieja sociedad disciplinaria, basada en imperativos y prohibiciones que venían de fuera, ha dado paso hoy a una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. La autoexigencia de rendir cada vez más conlleva, señala, cansancio, aburrimiento e indiferencia y síndromes que van de la hiperactividad a la impaciencia, la desatención y el agotamiento. Él es Byung-Chul Han (Seúl, 1959) y le acaba de ser concedido el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades de 2025.

Un pensador con una trayectoria cuanto menos singular: llegó a Alemania a los 26 años tras estudiar ¡metalurgia! en su país natal, Corea del Sur. Estudiaría Filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura Alemana y Teología en la Universidad de Múnich. En 1994 se doctoró con una tesis sobre Martin Heidegger. Hoy es profesor de Filosofía en la Universidad de las Artes de Berlín. Y por coherencia con su pensamiento, apenas viaja, y se niega a ser turista, una mercancía más. “No quiero participar, alimentar, este flujo de mercancías y turismo, me niego”, dice. 

“La libertad de la que hace gala el neoliberalismo es propaganda, uno se explota voluntariamente a sí mismo figurándose que se está realizando”

Sobre todo hablan por él sus libros, numerosos y centrados en las derivas de la sociedad actual, en la época de la globalización neoliberal, la autoexplotación de los individuos y el mundo del control digital. Libros que van de La agonía del eros o La expulsión de lo distinto (ambos en Herder) a Infocracia o Vida contemplativa (ambos publicados por Taurus).

En un encuentro con la prensa barcelonesa en 2018 Byung-Chul Han aseguraba que vivimos en una sociedad en la que los individuos son crecientemente narcisistas —“las selfies son bellas superficies lisas y satinadas de un yo vaciado y que se siente inseguro”— espoleados por unas redes sociales en las que no hay comunidad, sino un montón de egos superpuestos. Unos individuos cansados, autoexplotados al límite —“la libertad de la que hace gala el neoliberalismo es propaganda, uno se explota voluntariamente a sí mismo figurándose que se está realizando”—, individuos que sufren en sus carnes una sociedad del rendimiento y la optimización.

Una sociedad, subrayaba, que intenta suprimir todas las diferencias porque dificultan el trasiego global de información, mercancías y capitales. Una globalización que lo hace todo igual justo en el momento que nos creemos más individuales que nunca: no hay que confundir, advertía, la autenticidad que se nos pide hoy a todos —“la autenticidad es la forma neoliberal de producción del ego narcisista” y se expresa “sobre todo mediante el consumo”— con la singularidad de cada uno. De hecho, remarcaba, el sistema actual está volcado sobre el yo y hay ceguera hacia el otro. En el mundo hipercomunicado y lleno de pantallas hay conexiones en vez de relaciones. Y ya no existe el otro “como misterio, como seducción, como deseo, como infierno”.

“Vivimos una época de conformismo radical. Las universidades más que de formación humana son de formación profesional. A los estudiantes se les trata como clientes. Se les inculca el rendimiento, el aprendizaje de por vida y nada más, es una rueda”, denunciaba.

“Hoy todo gira alrededor de transmitir lo que hacemos, queremos, pensamos. Casi nos desnudamos, pero no escuchamos al otro”

Y creía que hace falta cuestionarnos la sociedad digital actual: “Con la Ilustración el sujeto se hizo sujeto de conocimiento soberano y eran los objetos los que giraban alrededor de él. Hoy vivimos el dataísmo. El hombre deja de ser un sujeto soberano para convertir se en un conjunto de datos y una unidad controlada y controlable. El algoritmo le controla y domina sin que se dé cuenta. Los pioneros de internet vieron su potencial emancipador y hoy son los primeros críticos. Nos controla sin saberlo. Antes la represión se ejercía sobre las personas y lo notaban. Ahora no. Pero es solo un medio, se puede utilizar bien, al servicio de las personas. No puede ser que el algoritmo haga al hombre, en vez de al revés”.

Un hombre que debe volver a escuchar al otro. “Vivir en comunidad quiere decir no ser narcisistas. El idiota es el que no se comunica, ocupado en sí mismo. Hoy todo gira alrededor de transmitir lo que hacemos, queremos, pensamos. Casi nos desnudamos pero no escuchamos al otro. Es una tarea política que hemos de asumir. Hacer ruido no es comunicar”. También, dice, hemos de tener un tiempo nuevo, en el que no todo lo invada el trabajo y la aceleración de la comunicación. “Necesitamos un tiempo de fiesta para dedicarlo a nosotros”, concluía.

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