Las nuevas elecciones presidenciales en el país europeo confirman el descrédito de la élite política y el auge de los antisistema, que combinan la nostalgia por el radicalismo que se alió con Hitler y el que exhibió el dictador Nicolae Ceausescu Leer Las nuevas elecciones presidenciales en el país europeo confirman el descrédito de la élite política y el auge de los antisistema, que combinan la nostalgia por el radicalismo que se alió con Hitler y el que exhibió el dictador Nicolae Ceausescu Leer
Para entender las elecciones presidenciales que se celebrarán hoy en Rumanía, no hay que mirar al presente. Hay que recurrir al pasado. Al menos eso es lo que sostiene el analista Cristian Pirvulescu, que argumenta que uno de los elementos que explican el auge del populismo local y su asombrosa capacidad para combinar la nostalgia por el fascismo del dictador Ion Antonescu o el de grupos como la Legión de San Miguel de Arcángel, y el comunismo de Nicolae Ceausescu, se encuentra en el discurso anti soviético que pronunció este último el 21 de agosto de 1968. Fue ese día, frente a decenas de miles, cuando el déspota se atrevió a desafiar a Moscú -que había enviado sus tanques para aplastar la sublevación de Checoslovaquia- y dijo que el ataque era una «vergüenza».
Años más tarde, en la última etapa de su régimen, las piruetas dialécticas del autócrata llegaron al extremo de iniciar un tímido proceso de rehabilitación de Antonescu, el general que rigió el país entre 1940 y 1944, y peleó junto a Hitler en la Segunda Guerra Mundial. «Les gustaba el nacionalismo de Antonescu. Por eso resultó tan fácil que volviera a florecer el fascismo tras 1989. La semilla se había plantado durante el comunismo», explica Adina Marincea, una investigadora del Instituto Nacional para el Estudio del Holocausto Elie Wiesel de Rumanía.
El final de ese espejismo es conocido por todos. La Primavera de Praga terminó siendo un invierno perpetuo en Rumanía y el embrujo popular de Ceaucescu concluyó bajo las balas de los que antaño le admiraban.
«Ceaucescu quiso dar un carácter específico a su régimen. Por ejemplo, fue el único país comunista que prohibió el aborto. Eso provocó la muerte de miles de mujeres. El ‘Nacional Comunismo’ (así definió Ceaucescu su sistema, como si emulara el Nacional Socialismo alemán) es algo muy fácil de manipular y equiparar al ‘soberanismo’ que defienden gente como (Calin) Georgescu o (George) Simion (ambos ultraderechistas), porque se entendió como una posición contraria a Moscú», agrega Cristian Pirvulescu.
La poetisa y antigua opositora a Ceasescu, Ana Blandiana, puede considerar que este «cóctel» ideológico es una simple «aberración», pero lo cierto es que la obvia frustración que acumula el electorado rumano desde hace años ha propiciado que un personaje tan radical como Calin Georgescu -un reconocido admirador de Antonescu y los legionarios- consiguiera cautivar a un significativo sector de la sociedad local y ganar la primera ronda de los comicios presidenciales en noviembre del año pasado.
Un sentimiento de desengaño que semeja haberse transmutado ahora en simpatía por quien pretende heredar el voto que obtuvo Georgescu -que fue descalificado por el Tribunal Constitucional- en la repetición electoral, el también extremista George Simion, líder de Alianza por la Unificación de Rumanía (AUR), que figura como favorito en todas las encuestas para la votación dominical.
Con el pasado convertido en divisa y los muertos resucitados como iconos, Rumanía asiste desde hace años a una proliferación de organizaciones ultraderechistas que intentan asumir la herencia de los legionarios, que fueron liderados por el fascista Corneliu Zelea Codreanu, y colaboraron con Ion Antonescu, aunque al final acabaron envueltos en una sangrienta disputa por el poder.
Bajo ese mismo espíritu, los seguidores de Dan Ciprian Grajdeanu visten cazadoras verdes -como hacían los camisas verdes de Corneliu- y en sus redes sociales usan como referencia a personajes como el filósofo Emil Cioran, uno de los intelectuales afines al movimiento fascista, o conocidos militantes de aquella facción como Valeriu Gafencu, Ion Mota o Vasile Marin.
La página de Facebook del grupo exhibe imágenes de la ceremonia de conmemoración que organizan cada año para recordar la muerte de Mota y Marin, dos personajes especialmente simbólicos para los legionarios. La pareja falleció el 13 de enero de 1937 mientras combatían en la localidad española de Majadahonda «como parte de las fuerzas nacionalistas cristianas lideradas por el general Francisco Franco», según se lee en el post.
Su funeral, en 1937, constituyó uno de los instantes de apogeo de la agrupación autoritaria ya que se organizó como un periplo a través del país que reunió a una ingente muchedumbre, hasta concluir en una demostración de fuerza en Bucarest a la que asistieron representantes de todas las fuerzas europeas del mismo ideario, incluidos los nazis de Alemania.
Ciprian admite sin que se le pregunte que él mismo ha visitado el monumento que todavía continúa erigido en Majadahonda y que fue levantado en 1970 por orden de Franco. Los seguidores de la Guardia de Hierro -el brazo armado de los Legionarios- suelen celebrar una peregrinación anual a ese municipio madrileño para recordar a los dos paramilitares.
«Ahora con la nueva ley rumana no podemos hablar de grandes hombres de la historia de Rumanía (se refiere a los miembros del movimiento radical) y nuestra página de Facebook fue bloqueada porque nos acusaron de ser Legionarios. Nunca hemos sido una organización paramilitar pero es cierto que promovemos un ideal masculino tradicional», precisa el activista rumano.
El salón de su domicilio está plagado de iconos religiosos e imágenes como la de Jesucristo en la última cena. Para los Legionarios, la fe ortodoxa más extrema fue junto al nacionalismo y el antisemitismo la triada que sustentaba su pensamiento. Como ocurrió en el pasado siglo, los herederos de ese movimiento mantienen una estrecha alianza con numerosos clérigos de la iglesia Ortodoxa Rumana, aunque la doctrina oficial de esta institución siempre ha prohibido la apología de ese credo totalitario.
La Hermandad Ortodoxa que lidera Ciprian es una de las numerosas organizaciones señaladas como afines al ideario de los legionarios por el Instituto Nacional para el Estudio del Holocausto Elie Wiesel. También, algo que reconoce Ciprian, fue una de las muchas camarillas de este tipo que hicieron campaña en favor de Calin Georgescu durante los últimos comicios.
«Iniciamos la agrupación porque las cosas no van bien en la sociedad y la gente está decepcionada con el sistema. Empezamos en 2010. Tenemos unos 10.000 miembros. Organizamos campos de convivencia donde construimos casas para huérfanos y ofrecemos asistencia social», afirma Ciprian.
El ex miembro de las fuerzas de seguridad de 55 años, se refiere a la comunidad LGTB y dice que no tiene «nada en su contra». Pero de inmediato añade: «No queremos que se proponga como un modelo de vida. Sentimos pena por ellos porque tienen un problema que tiene que ser arreglado, pero no les despreciamos. Si, es cierto, que promovemos principios conservadores pero democráticos.»
Cuando se le recuerda su apoyo a Georgescu, un dirigente que defiende una especie de mesianismo autoritario muy alejado de cualquier valor democrático, Ciprian se apresura a indicar que «eso fue un error». «Nos sentimos engañados. Le conocí en 2021 y pensé que era el salvador. Descubrimos que se escondía detrás de una máscara. Estamos muy enfadados y hemos prohibido que nadie de la Hermandad haga campaña política de nuevo», asevera.
La vivienda de Ciprian no se encuentra lejos del memorial que recuerda la figura de quien sus seguidores siguen apodando «Capitanul» (El Capitán). Corneliu Zelea Codreanu fue un «agitador demagogo» y un «fanático religioso», en palabras de eruditos como el rumano Adrian Cioroianu o el británico Christopher Catherwood, pero consiguió establecer un movimiento de masas que llegó a ser el tercer partido del país en 1937.
Su extremismo le llevó a chocar con el rey rumano de la época, Carol II, bajo cuyo reinado fue detenido y ejecutado el 30 de noviembre de 1938. Su figura era tan temida que su cadáver fue disuelto en ácido y los restos enterrados bajo toneladas de cemento.
Tras la desaparición de Ceaucescu, cada año los partidarios de Codreanu se reúnen en la cruz de madera situada a 70 kilómetros de Bucarest, en medio de una arboleda, que recuerda el lugar exacto donde fue ajusticiado. «Por favor, danos la voluntad para seguir adelante con la misión de defender nuestro país y proteger los huesos de los que dieron su sangre por esta tierra», reza el mensaje grabado en la madera.
El pasado 30 de noviembre, varias decenas de personas se reunieron por enésima vez en este emplazamiento. En las fotos que publicó la prensa local, se veían a numerosas personas haciendo el saludo fascista, prohibido por la legislación rumana desde el 2015. Las autoridades decidieron enjuiciar a ocho personas precisamente bajo la acusación de haber infringido la normativa que impide la propaganda fascista en el país.
«La prohibición existe desde 2002 y se reforzó en 2015, pero el Estado no hizo nada hasta que no ganó Georgescu. Tan sólo ahora han comenzado a reaccionar», apunta Adina Marincea.
Aprovechándose de la inacción de las autoridades, las formaciones que pretenden mantener vivo el recuerdo de los legionarios comenzaron a multiplicarse desde el mismo final del comunismo.
Florin Dobrescu es vicepresidente de la Fundación Ion Gavrila Ogoranu, que toma el nombre de otro ex miembro de los legionarios y antiguo combatiente de los grupos que pelearon contra la dictadura comunista tras el final de la Segunda Guerra Mundial. El activista ultra forma parte de las ocho personas acusadas por la justicia a causa del incidente del 30 de noviembre.
En una conversación telefónica, Dobrescu argumenta que acusarles de ser fascistas es «una exageración», lo mismo que relacionar a los legionarios con el asesinato de judíos, algo probado por los investigadores. «Sí, fueron antisemitas, pero era una idea muy común en la sociedad de esos años», reconoce.
«Los legionarios renunciaron a cualquier idea totalitaria en 1951 y colaboraron con la CIA en la lucha contra el comunismo», añade. Quizás olvida, que muchos nazis también lo hicieron una vez que la Guerra Fría arrinconó sus responsabilidades en lo ocurrido hasta 1945.
Adina Marincea es menos condescendiente. La experta dibuja un amplio espectro de grupúsculos neofascistas que organizan seminarios, actos de conmemoración y -lo que es más preocupante, a su entender- «campos de entrenamiento» donde se combina la enseñanza en este tipo de fundamentalismo y técnicas de autodefensa.
«El fenómeno de los campos de entrenamiento paramilitares está vinculado a los ex miembros de la Legión Extranjera Francesa. Uno de ellos es Eugen Schila, que en un podcast reconoció que se trataba de campos casi militares y dijo que la juventud necesita instrucción militar. Han adoptado ese culto por la muerte que tenían los legionarios (del siglo pasado), el supremacismo blanco, los valores tradicionales..», precisa Marincea.
La influencia de estos grupos ha desbordado ya el mero ámbito de la propaganda, la estrategia electoral o el activismo social. El pasado mes de marzo las autoridades locales anunciaron la detención de un sexteto de personas a las que acusó de «traición» y colaborar con diplomáticos rusos para «derrocar» al Gobierno rumano, un escándalo que concluyó en la expulsión de los dos principales militares rusos destacados en la delegación de Moscú en Bucarest.
Durante los altercados que se generaron por la anulación de la victoria de Georgescu a finales del 2024, las fuerzas de seguridad arrestaron también al ex mercenario Horatiu Potra y a una veintena de personas vinculadas a este antiguo miembro de la Legión Extranjera de Francia, que estableció un grupo similar al Wagner ruso. En varios registros en marzo, los agentes descubrieron un amplio arsenal de armas en la residencia de Potra -que terminó huyendo del país-, según las imágenes que mostraron los medios locales.
Ambas camarillas estaban vinculadas a la nebulosa de legionarios, ex militares y nostálgicos de la autocracia que se movilizó a favor de Georgescu. Citando a la investigación oficial, medios rumanos como Antena3 difundieron supuestos mensajes que Potra había enviado a sus acólitos en grupos privados de internet instándolos a «salir a la calle y pelear» para enfrentar lo que llamó «un golpe de estado de los globalistas», en referencia a la decisión de repetir los comicios.
La normalización del ideario ultra del pasado siglo ha contado con el apoyo activo de múltiples representantes de la iglesia Ortodoxa Rumana, replicando lo ocurrido en el siglo pasado.
Enclaves como el monasterio de Petru Voda, en el norte del país, se han erigido en altavoces de la rehabilitación de esta formación, que en boca de uno de los religiosos de ese complejo, el monje Teodot, fueron una creación «del Espíritu Santo para la elevación de la nación», según declaró en un discurso público durante el aniversario de la creación del grupo fascista.
El templo de Petru Voda fue fundado por el religioso Iustin Parvu, miembro de los legionarios, cuya antigua residencia ahora es una suerte de museo que loa la memoria de de este movimiento.
En febrero del 2025, la Iglesia Ortodoxa Rumana canonizó a 16 clérigos, incluidos tres que militaron en los legionarios, cuya exaltación fue denunciada por numerosas organizaciones judías, que no olvidan la participación del fascismo rumano en el Holocausto.
Para el politólogo Catalin Raiu, experto también en religión, el máximo dirigente de esa fe, el Patriarca Daniel, «rechazó otros muchos nombres de personas que pretendían ser incluidos en esa lista por su pasado fascista, pero se fio del informe que se hizo sobre esas tres personas». «El Patriarca tiene una clara posición pro europea y anti rusa, lo cual no implica que haya religiosos que actúen por su cuenta y apoyen a los neolegionarios», apostilla.
Raiu opina que el principal atractivo de Georgescu para los rumanos es «la visión muy extendida que hay en el país sobre el carácter mesiánico que debe tener un líder, incluido el presidente del país. No es una visión democrática, pero es el legado de vivir tantos años bajo una dictadura, primero fascista y después comunista».
Georgescu cultiva esa imagen mesiánica, dice Silviu Predoiu, que fue número dos de los servicios secretos rumanos entre 2005 y 2018, y ahora también es candidato a las presidenciales. El ex general recibió la visita del fundamentalista en su despacho el año pasado y nada más entrar -recuerda en esa misma oficina- le comunicó que «tenía que cumplir la misión que Dios le había otorgado en la tierra» y que por eso tenía que ser «elegido presidente». «Es como el líder de una secta», enfatiza.
Los cantos de sirena de Georgescu o de su sucesor, Simion, no han encontrado eco popular sólo por la magia de la demagogia o la evocación del pasado.
Según el «índice de democracia» de la prestigiosa revista The Economist, Rumanía ha pasado de ser una «democracia defectuosa» a un «régimen híbrido», lo que confirma el acelerado deterioro en la credibilidad de la clase dirigente de un país que sólo recuperó la democracia hace 35 años.
Según un amplio estudio que realizó hace dos años el think tank Inscop, el escepticismo hacia las instituciones políticas más relevantes del país se ha desplomado. Sólo un 17,4% de los rumanos, precisó este estudio, confiaba en el Parlamento, un 19,4% en el Gobierno y un 29,8% en la Presidencia.
Las estadísticas referidas a la calidad de vida en el país se sitúan entre las más bajas de toda la Unión Europea. Por ejemplo, los jóvenes de menos de 25 años tienen el índice más alto de desempleo de todo el bloque continental. Otro estudio de la Fundación Friedrich Ebert alemana alertó el año pasado que en ese mismo bloque de edad (los jóvenes entre 18 y 34 años), un 41% piensan que Rumanía necesita una dictadura. «Las encuestas reflejan que hasta Ceausescu tiene una imagen positiva entre la mayoría de los rumanos», comenta el aspirante presidencial, Nicusor Dan.
El analista Cristian Pirvulescu piensa que la pandemia fue el punto de inflexión que propició el auge imparable del populismo en Rumanía. La sociedad local reaccionó con una enorme reticencia a la campaña de vacunación hasta el punto de que a finales del 2021 tenía el índice más bajo de Europa, sólo superado por la vecina Bulgaria. Calin Georgescu, Simion y la también ultraderechista Diana Sosoaca fueron tres de los políticos que abanderaron la propaganda antivacunas de esas fechas.
Catalin Raiu aclara que decisiones destinadas a evitar la propagación de la pandemia como el cierre de iglesias o la prohibición de visitar los cementerios fueron acogidas con un enorme rechazo por una población donde la religión es un elemento referencial. «Junto con Polonia y Malta, somos los tres países más religiosos de Europa», indica.
Era un terreno fértil para la demagogia de personajes como Diana Sosoaca, una eurodiputada que consiguió la atención mediática que buscaba el 18 de julio del año pasado, cuando se personó en el Parlamento Europeo mostrando iconos de Jesucristo y gritando «¡En Dios confiamos!» y con un bozal de perro en la boca, hasta que fue expulsada de la sala.
El singular incidente no era el primero en la larga carrera de desplantes que ha protagonizado Sosoaca, abogada de profesión y polemista de ocupación, capaz como Georgescu de combinar las loas al fascismo de la Guardia de Hierro y la dictadura comunista que sufrió el país entre 1947 y 1989.
Como declaró el pasado 19 de febrero, para ella, tanto Nicolae Ceausescu como Corneliu Zelea Codreanu o Ion Antonescu, son «héroes nacionales». Sosoaca llegó a ser compañera de formación de Simion en AUR, pero acabó siendo expulsada del partido por su «extremismo» y fundó su propia agrupación.
La jefa de filas del Partido SOS -que contabilizó más de 700.000 votos en las legislativas del año pasado- recibe al periodista en su despacho de Bucarest junto al director de Certitudinea. «El único periódico nacionalista de Rumanía», dice. Una publicación que lo mismo difunde textos sobre un supuesto «genocidio de la raza blanca» al que nos enfrentamos, que artículos del desaparecido filósofo fascista y antisemita, Nae Ionescu.
Pero Sosoaca también combina su cercanía al fascismo añejo con una devoción declarada hacia Vladimir Putin. «Soy putinista y amo a Rusia», llegó a decir en la cadena rusa RT.
Para ella no existe ninguna contradicción entre ser partidaria de un ideario que compartió alianza con el nazismo y con el mismo jefe de un estado que imagina pelear contra el «nazismo» en Ucrania. «Soy la única política rumana que puede hablar con Rusia y con EEUU», comenta aludiendo a una reciente visita que hizo a una convocatoria ultraconservadora en Mar a Lago, el complejo de Donald Trump en Florida.
La ultraderechista es una de las voces prorrusas más estridentes de todo el espectro local.
«¿Cómo sabe usted que los rusos empezaron la ofensiva contra Ucrania en febrero del 2022?. ¿Acaso lo vio?», inquiere airada al periodista.
«Sí. Estaba en Ucrania en los primeros días de la ofensiva», le responde lacónico el periodista.
Entonces, la militante radical se embarca en una interminable perorata de invectivas destinadas a denunciar lo que define como «dictadura de la Unión Europea», «el golpe de Estado que ha sufrido Rumanía (la anulación de las presidenciales del 2024)», «la esclavitud» que «sufren los inmigrantes rumanos en Europa» y predicar una supuesta «paz» necesaria en la guerra entre Rusia y Ucrania, para que «Zelenski (no Putin) deje de asesinar a los ucranianos».
Al igual que Georgescu, Sosoaca fue descalificada para participar en las votaciones del 2024y de este domingo por estas ideas tan singulares, que el Tribunal Constitucional consideró contrarias a los «valores de la democracia».
«Incluso con Nicolae Ceausescu teníamos más libertad de expresión», concluye Sosoaca reinventando la historia a su gusto.
Pese a que candidaturas como la de Sosoaca o Georgescu han sido invalidadas, Adina Marincea señala que «los fascistas ya están en el Parlamento. Un tercio de los parlamentarios son ultraderechistas. Y no sabemos qué pasará en esas elecciones presidenciales (con Simion). Puede que ya sea tarde para la intervención de las autoridades».
El ex general Silviu Predoiu coincide con la visión pesimista de Marincea. «Se acaba el tiempo para la democracia rumana», avisa.
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