Asegura el ensayista Kim Nguyen Baraldi, gran divulgador de Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982), que “alterar apenas un centímetro la realidad ya era motivo de alegría” para el escritor francés. Pues bien, el fantasma gamberro de Perec hizo un par de jugarretas durante el fin de semana, mientras se desarrollaba la lectura colectiva de su obra magna, la monumental La vida instrucciones de uso, de cabo a rabo. Qué buen título; convendría aterrizar en la tómbola de la vida con un manual de instrucciones atado a la muñeca con una brida. Como los electrodomésticos.
Asegura el ensayista Kim Nguyen Baraldi, gran divulgador de Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982), que “alterar apenas un centímetro la realidad ya era motivo de alegría” para el escritor francés. Pues bien, el fantasma gamberro de Perec hizo un par de jugarretas durante el fin de semana, mientras se desarrollaba la lectura colectiva de su obra magna, la monumental La vida instrucciones de uso, de cabo a rabo. Qué buen título; convendría aterrizar en la tómbola de la vida con un manual de instrucciones atado a la muñeca con una brida. Como los electrodomésticos.Seguir leyendo…
Asegura el ensayista Kim Nguyen Baraldi, gran divulgador de Georges Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982), que “alterar apenas un centímetro la realidad ya era motivo de alegría” para el escritor francés. Pues bien, el fantasma gamberro de Perec hizo un par de jugarretas durante el fin de semana, mientras se desarrollaba la lectura colectiva de su obra magna, la monumental La vida instrucciones de uso, de cabo a rabo. Qué buen título; convendría aterrizar en la tómbola de la vida con un manual de instrucciones atado a la muñeca con una brida. Como los electrodomésticos.
La primera broma la gastó precisamente el aire acondicionado: se escacharró el domingo, cuando arrancaba el maratón de 28 horas de lectura sin desmayo en la librería Calders, un juego gozoso, a pesar de la chicharrera, en el que participaron 101 personas (una por capítulo, más el prólogo y el epílogo). Raquel Santanera e Isabel Sucunza, libreras cómplices, soportaron con alegría el trasiego de gentes por el local, incluida una buena representación de traductores de la obra.
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Bochorno. Mucho. El escritor Pablo Martín Sánchez salió corriendo a por abanicos y granizado para el personal. Pero el látigo canicular no hizo mella en el entusiasmo de lectores y escuchantes, ni mucho menos en el ánimo de los incombustibles organizadores del evento: el mismo Nguyen y Enric Parellada, otro oulipiano. Invirtieron un año en montarlo. A la entrada de la librería, colocaron un rótulo idéntico a los del callejero de París, con sus mismos colores, azul noche y verde abeto, y el nombre del lugar donde transcurre la acción de la novela: Rue Simon-Crubeller. Todo sucede en el número 11 de esa calle ficticia, un inmueble vórtice, a la manera del 13, Rue del Percebe, y en un marco temporal estrechísimo: apenas el instante previo a la muerte del personaje principal, Percival Bartlebooth.
El aludido, millonario, acuarelista y hacedor de puzles, fallece poco antes de las ocho de la tarde del 23 de junio de 1975; o sea que el lunes de la verbena, mientras proseguía la gran lectura, se estaba celebrando en realidad el 50.º aniversario del óbito novelesco. El Bartleboothsday 2025. Y hete aquí que se produjo entonces la segunda perecquiada: se fue la luz, un apagón de tres horas, justo en el tramo en que les tocaba leer a Mercedes Abad, en exquisito acento francés, y Ricard Ruiz Garzón. Nada, que lo pasamos en grande.

Gorka Urresola
Si algo tienen en común Perec, el unicornio con perilla, y la segunda protagonista de esta abrasada crónica, Ana María Matute (Barcelona, 1925-2014), es que ambos fueron artistas honestos y dos niños grandes, al estilo de Peter Pan. También los hermana otra calorina: la soportada durante la inauguración, el jueves, de la muestra dedicada a la autora de Olvidado rey Gudú, justo en el día en que se conmemoraba el centenario de su nacimiento. Quien no inventa no vive, una exposición más modesta que la exhibida en Madrid, en la sede del Cervantes.
La biblioteca Jaume Fuster parecía un tablao flamenco, colmado de abanicos al vuelo, chas, chas, chas. El aire acondicionado no daba más de sí ante la afluencia: Juan Pablo Goicochea Matute, hijo de la escritora; María Paz Ortuño, comisaría de la muestra; Luis García Montero, director del Cervantes; María José Gálvez, directora general del Libro; Xavier Marcè, concejal de Cultura; Emili Rosales y Alicia Giménez Bartlett; Maribel Luque y Luis Miguel Palomares, de la Agencia Balcells, además de un sinfín de gentes principales.
Habría sido estupendo brindar por el alma juguetona de la gran Matute. Con cerveza o Fanta, con un refresquito, lo que fuera. Se van perdiendo las buenas costumbres en los saraos. Pero no me hagan demasiado caso; debe de ser que el sofoco funde los plomos. Lo importante pasa por esa relación incipiente entre el Cervantes y Biblioteques de Barcelona, que puede dar mucho de sí.
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