El pasado día 8 de enero se celebró en el Museo Reina Sofía de Madrid el primero de los actos del programa España: 50 años en libertad, que pretende celebrar “la gran transformación social, económica e institucional que ha experimentado el país desde el inicio de la transición en 1975”.
El programa dedicado a recordar los inicios de la libertad democrática en España y la transformación del país no ha empezado con buen pie
El pasado día 8 de enero se celebró en el Museo Reina Sofía de Madrid el primero de los actos del programa España: 50 años en libertad, que pretende celebrar “la gran transformación social, económica e institucional que ha experimentado el país desde el inicio de la transición en 1975”.
Junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tomó la palabra la historiadora Carmina Gustrán, comisionada del proyecto. Acudieron todos los ministros, y representantes del PNV y ERC, pero no del Partido Popular ni de otras formaciones como BNG, Junts, Podemos, Vox y Bildu. Los Reyes no pudieron asistir, al haberse convocado el acto coincidiendo con la tradicional recepción de embajadores, uno de los actos cumbres del año para la institución, agendado por cierto tiempo atrás.
Simultáneamente, un grupo de 87 intelectuales hizo público un manifiesto que calificaba el programa de maniobra política de Sánchez, llamaba a boicotearlo y manifestaba que el verdadero inicio de la libertad en España se dio con la Constitución de 1978.
Si hay un evento histórico del que los españoles podemos estar orgullosos, fue la transición
La situación, a decir verdad, resulta bastante triste. Si hay un evento histórico del que los españoles podemos estar orgullosos, celebrado de forma unánime en el panorama internacional, fue la transición, el paso de un régimen dictatorial a uno democrático a través de un proceso evolutivo que generó tensiones pero resultó exitoso.
Constituyó una operación de consenso en la que todos los implicados tuvieron que ceder, propiciando una “revolución de terciopelo”, en palabras de Jorge Semprún, que la comparaba a la que años más tarde tuvo lugar en Checoslovaquia. Ello implicó, ciertamente, el olvido sobre algunos aspectos del pasado para que no devoraran la promesa de futuro –de nuevo Semprún–, aspectos que resurgirían legítimamente varios lustros después.
Ahora bien, ¿hay que rememorar el año 1975, como sostiene el Gobierno, o esperar a 1978, como sostienen el PP y los intelectuales citados? No hay duda de que formalmente el camino de la libertad se abre de manera explícita con la Constitución. Pero quienes vivimos aquellos tiempos, aunque fuera en el inicio de nuestra juventud, conservamos la fecha de 1975 como una señal indeleble en la memoria, y la muerte de Francisco Franco como ese punto en que se abrían todas las compuertas de esperanza largo tiempo acumuladas.
En cualquier manual de historia hay un antes y un después del 20-N.
1975 marca un hito en la historia de España. Tiene sentido recordarlo. Pero se debería haber pactado esta conmemoración.
El año 1975 marca, pues, un hito en la historia de España. Tiene todo el sentido conmemorarlo y recordarlo. Pero al igual que el 40.º aniversario de la Constitución se celebró en el 2018 con espíritu consensuado y participación de todas las instituciones y prácticamente todas las fuerzas políticas, sería muy conveniente buscar la repetición de aquel clima en los próximos meses. Cualquier programa con las intenciones de éste debería haberse pactado en primer lugar, como mínimo, con el primer partido de la oposición; bajo ningún concepto puede considerarse la celebración de la libertad española como una iniciativa de parte.
Se ha anunciado la creación de una comisión asesora: lo más razonable es que fuera independiente y presidida por alguna figura incontestable –¿por qué no Miquel Roca Junyent?– y que incluyera, junto con representantes de los principales partidos, a historiadores e intelectuales de distinto signo, también los críticos con el actual Gobierno, a fin de diseñar un programa que tuviera a la vez ánimo integrador y altura moral e intelectual. Figuras como Fernando Savater, Juan Luis Cebrián o Andrés Trapiello, hoy entre los primeros firmantes del manifiesto adverso, por su papel en la cultura de la democracia no pueden quedar ajenos a esta propuesta. Se tendría que haber contado con ellos desde el principio.
¿Que un entendimiento así parece imposible en la situación actual, tan repleta de antagonismos? Lo que resulta, más que nada, es muy necesario, y a los impulsores de la iniciativa es a quienes les toca mostrar la cintura precisa para enderezar una andadura que no ha arrancado bien. De momento parece haber margen: el portal del programa que encontramos en internet, junto a algunas actividades concretas, consigna amplios apartados (conferencias, cine, radio y TV, actividades interactivas, proyectos internacionales, publicaciones…) en muy buena medida aún por rellenar, como los dos grandes festivales de “Cultura y democracia”, en Madrid y Barcelona, o el simposio internacional sobre “Paz, memoria y democracia”, de los que no se nos dice nada.
Sería lógico que el programa en su versión definitiva echara a andar bajo el alto patrocinio del rey Felipe VI
Sería lógico que el programa en su versión definitiva echara a andar bajo el alto patrocinio del rey Felipe VI, no solo porque es el jefe del Estado, sino porque un elemento clave de la transición fue el restablecimiento de la monarquía democrática, que contribuyó de forma indispensable a desmontar el andamiaje del antiguo régimen y abrir paso al nuevo: vean el reciente libro de Juan Fernández-Miranda Objetivo: democracia, premio Espasa. Posteriores y graves errores del rey Juan Carlos no borran esta actuación determinante. Y contra lo que algunos parecen querer olvidar, la monarquía sí fue votada y legitimada popularmente, con la Constitución de 1978.
(Por lo que respecta a su legitimidad dinástica no se remonta a Felipe V, como escribía recientemente el siempre interesante Josep Vicent Boira, sino 900 años antes hasta Berá, primer conde de Barcelona en el siglo VIII, que abre una continuidad familiar ininterrumpida a lo largo del tiempo, según la genealogía establecida por Armand de Fluvià).
Constituiría una equivocación de inquietante simbolismo no encarrilar correctamente la conmemoración del inicio de la libertad que tuvo lugar en 1975.
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