Tarás Mijalchuk dirige una unidad implicada en la defensa de un frente esencial para Ucrania: «He vivido en España 20 años, mi familia me espera allí y quiero volver» Leer Tarás Mijalchuk dirige una unidad implicada en la defensa de un frente esencial para Ucrania: «He vivido en España 20 años, mi familia me espera allí y quiero volver» Leer
El capitán artillero, conocido como El tártaro, acude veloz a su posición. La radio avisa: los rusos están tratando de cruzar las líneas camuflados en una línea de árboles. Cuando pasa junto a nosotros nos mira con curiosidad. El comandante Tarás explica la visita.
– Son periodistas españoles que han venido a verme. Ya sabes que allí soy una estrella.
– Que vengan a mi dacha. Les invito a un buen café.
Le dejamos claro a Tarás, más conocido como El español, que no queremos interrumpir y menos en medio de un ataque ruso. «Con El tártaro tenemos que tomarnos un café como sea. Si te lo ha dicho ya es imposible decirle que no porque se ofende si no lo haces».
Entramos en sus dominios, una cocina de una familia de agricultores que huyó de la guerra y que ahora está ocupada por militares. A un lado están los fogones. Un café recién hecho aromatiza la sala. Al otro, un muro de pantallas encendidas, cada una recibiendo imágenes de drones en vuelo, con una radio del ejército para comunicarse y una tablet para seleccionar la zona del frente que deseas ver.
El tártaro, que nos pide no fotografiar los aparatos, pide a los pilotos de drones imágenes de un punto determinado y las amplía. Varios soldado rusos trataban de escabullirse pero el dron que les ha localizado. «¡Strilyaty z harmaty!«, dice el capitán. O sea, «Disparad el cañón». Unos segundos más tarde se escucha el primer boom cerca de nosotros, el proyectil vuela unos kilómetros y cae cerca de los invasores. Entonces el capitán corrige el tiro. Los rusos retroceden hacia sus posiciones de nuevo bajo el fuego.
«Tenemos estos drones volando 24 horas del día siete días a la semana. Gracias a ellos no tenemos que enviar a nuestra gente a morir a ese punto. Los vemos, les mandamos unos morteros y se vuelven cuando entienden que les hemos visto. Este es el juego diario aquí», dice el capitán mientras Tarás bebe un té negro.
Estamos en la zona de Orijiv, en el castigado frente de Zaporiyia. Desde este punto Ucrania frenó a los rusos en su avance hacia la capital de la región en 2022 y luego intentó una contraofensiva en 2023 que resultó fallida. Todos los pueblos de la zona están o destruidos en su totalidad o en buena parte de sus viviendas. Desde entonces, Rusia trata de avanzar hacia el norte, pero la zona está minada, extravigilada y bien defendida por la 65 Brigada.
Uno de sus comandantes es Tarás Mijalchuk, de 57 años, conocido por todos por El español, que opta ahora a convertirse en ‘Héroe de Ucrania’, la mayor distinción posible para un militar, ya sea vivo o muerto, que depende de una votación pública, pero que también tiene mucho de decisión política: «Tarás es un héroe para todos nosotros», dice otro de sus capitanes, apodado Capellán. «Nos da igual que Zelenski le otorgue la distinción o no». Tarás tiene ya muchas medallas importantes, aunque la principal es el respeto de sus soldados. Lleva en su manga derecha un parche con la bandera de España junto a otra de Ucrania.
El komandir Tarás se refiere a sus compañeros como «sus chavales» y lleva un parche donde se lee: «Comandante de niños barbudos». «Llegué a Barcelona hace más de 20 años y me busqué la vida en trabajos ilegales hasta que las empresas vieron en mí que podía ser un ingeniero competente. Acabé trabajando en la fábrica de Seat y en otras grandes empresas», cuenta Tarás en un perfecto español. «Cuando comenzó la invasión rusa en 2022 dejé de comer, dejé de dormir y dejé de tener sexo con mi mujer. ¡Estaba enfermando por no hacer nada para combatirlos! Así que mi esposa me dijo: ‘Lárgate antes de que te mueras aquí’».
El encargado de prensa le ha pedido contención en las respuestas, pero es imposible que Tarás se contenga: «Yo soy un guerrero. Me gusta la guerra. Tengo experiencia militar en Afganistán con el Ejército Rojo y en Nagorno-Karabaj. Tengo ya unos cuantos años, pero las pelotas muy grandes [sic]». Y estalla en una carcajada.
Entre las cosas que le indignan está el hecho de que su propio ejército no les provee de lo necesario y requieren la ayuda de voluntarios para todo: «Los coches, los drones, las pantallas… Todo lo tenemos gracias a los voluntarios y el ejército no hace nada», dice, con cierto enfado. Cogemos el coche y nos lleva a ver el resultado de una de las muchas bombas guiadas rusas que han caído en la zona. «Esta mató a uno de los nuestros. No te acerques porque todavía hay restos humanos por ahí. Cogimos los más grandes, pero no los pequeños«. Y se encoge de hombros.
«Cada día hablo con mi mujer y mis hijas en España. Ellas tendrán el pasaporte español muy pronto. La verdad es que estoy muy agradecido a España. Me encanta. Es un país amable que nos ha tratado muy bien a mí y a mi familia. Estoy deseando volver», afirma con nostalgia.
En su ruta diaria por la unidad que dirige vemos el relevo de los médicos militares de primera línea, preparados para evacuaciones urgentes en un vehículo civil con una camilla improvisada atrás y la joya de la corona: el taller en el que los más jóvenes de la brigada montan drones a toda velocidad como si hicieran un Lego. Con piezas llegadas de China, preparan los famosos, baratos y letales drones FPV, el arma más decisiva de la guerra actual.
Los chavales de Tarás que no están en el frente en estos momentos andan con destornilladores y soldadores montando dron tras dron como si fuera una fábrica.
Sus pilotos duermen en esta dacha, con las ventanas cegadas por sacos para que la luz no se filtre al exterior y los drones rusos no puedan verlos. En estas construcciones rurales se juega hoy la guerra, con jóvenes gamers jugando una partida mortal: «Nosotros también corremos riesgo porque debemos viajar a la primera línea de combate con nuestro dron y volar allí, para que el rango alcance la logística rusa», dice Dmitro, uno de sus pilotos.
– ¿Acumuláis estrés como cualquier piloto de caza?
– Exactamente igual. Matamos como ellos y tenemos el mismo miedo a morir.
Tarás interviene: «Mis chavales son valientes y tienen grandes cojones [sic]. No es fácil estar aquí casi tres años luchando».
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